DOÑA GREGORIA
(recuerdos del barrio)
En mi barrio vivía Doña Gregoria. Una vieja ciruja -tal vez no tan añeja como pintaban sus canas- pero a la vez ágíl y gozosa de salud… Un símil de la Loca de los Gatos de los Simpson pero sin gatos y con el mismo mal temple. «Brava» la mujer!
Conducía su carro de compras -o changuito- cargado de desperdicios metálicos, maderas, botellas, diarios…
Llevaba a la vista el arma letal con que mantenía a distancia a todo el piberío curioso: una varita o rama de árbol, de esas bien limadas, y lista para el filoso azote.
Como si observáramos un animal salvaje, debíamos que actuar con cierta prudencia y disimulo porque la anciana, en su terreno, era extremadamente peligrosa. Se te venía encima en un santiamén si se viera amenazada por mirones ocasionales!
Vivía sobre la calle Barilari -casi esquina Córdoba- en un barrio limítrofe de Banfield. Su casa, choza o rancho la cubría una frondosa enredadera (o planta trepadora) y el límite con la vereda lo marcaba un tejido de alambre, envuelto en más enredadera y una puertita enclenque que ella se afanaba en dejar bien cerrada.
Según decían, sus hijos querían llevarla a una Residencia donde recibiría las atenciones adecuadas para una persona de su edad, pero ninguna negociación fue posible… Doña Gregoria era mujer de aire, de intemperie, de largas cuadras caminadas y así quería terminar sus horas! Miserable vida le esperaría encerrada entre cuatro muros empapelados a tono, luz eléctrica y un mullido colchón.
De pronto, dejamos de verla por el barrio… pensamos que, tal vez, se la había tragado la enredadera!