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FIDEOS CON TUCO

El comedor se viste de fiesta en domingo.

Un tango sonando por lo bajo en el viejo radiocasete que por milagro aún funciona, un mantel a cuadros rojos y blancos cubriendo la mesa y una fuente que resopla el olor de una deliciosa salsa de tomates.

El padre está al mando de la cocina que arde en aguas, macarrones y pimientos frescos. A fuego lento, revuelve la pasta mientras hierve con un chorrito de aceite tal como su madre supo enseñarle de pibe, “porque un hombre tiene que saber hacer de todo” decía doña Sara.

El domingo es un día para descansar, para no hacer, para dormir por las horas de una semana infectada de obligaciones y contratiempos.

En el ir y venir de viajes siempre interrumpidos y demorados, llega a su casa molido del trabajo con muy pocas palabras para decir y solo aquellas para lo estrictamente necesario.

Hay que volver a la cama, al día después, al mañana que será igual que ayer y que antes de ayer… pero nunca será igual que un domingo.

En domingo hay una fiesta… y es por ellas: sus hijas, por las que ve y respira, por las que sueña y dibuja un país infinito y feliz donde nadie tenga que irse porque no haya más remedio.

Y aunque alguna vez les dijo con rigidez inapelable: “sean felices donde quieran y si es necesario váyanse de aquí”, ese hombre sabe que morderá el dolor de la maldita sentencia por el resto de sus días.

Es domingo… hay una fiesta y es por ellas, sólo por ellas.

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