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La vida para cantar - Nada es lo que parece - Gabriela Castillo

NADA ES LO QUE PARECE

Haciendo para que suceda

En anteriores publicaciones comentaba cómo se fueron sucediendo hechos coincidentes en mi vida. Sin duda, la oportunidad de hacer un voluntariado fue consecuencia de un deseo bien enfocado. 

Había visto la película El secreto y más allá del escepticismo que puede provocar como contrapartida, en mi caso generó cierta curiosidad y hasta un desafío: “a ver si es cierto lo que esta gente me cuenta”. Lo puse en práctica y funcionó.

Empecé por imaginar una realidad distinta a todo lo que había vivido pero en la peli te advierten que la mente conspira contra todo cambio o cuestionamiento de creencias.

Y fue tal cual: ante la primer visión de prosperidad, armonía y felicidad que me dedicaba en mis meditaciones la mente me batallaba con “es imposible, sé realista, es un cuento chino”.

Tuve que hacer enormes esfuerzos, casi titánicos, para recrear en mi cabeza situaciones ideales de amor y plenitud ante el continuo machaque de negatividad, fatalidad e incertidumbre.

Una de las premisas es cuestionar la percepción de los sentidos. Nada es lo que parece!

Con la firme intención de encontrar material o testimonios que me explicasen tal afirmación tropecé con bibliografía, videos y cursos que iban en esta dirección pero desde distintas perspectivas.

Tomé de cada uno lo que necesitaba. Digamos que armé una especie de recetario de cocina metafísico. No sabía si era lo correcto pero mi voz interior me decía que apueste a ese formato.

La primera mañana que asistí al Hospital Dr. Peset de Valencia como miembro de Músicos por la salud tenía una certeza inamovible.

No tenía ni una leve idea de hacia dónde me estaba dirigiendo.  Pero ese fue el comienzo de algo nuevo y trascendente en mi vida.

Había preparado una carpeta con alrededor de sesenta canciones que fueron parte de mi repertorio desde que llegué a España. 

Todo ello, fruto de haber andado y cantando en todos los espacios posibles desde bares, salas de conciertos, universidades, teatros, radio, televisión y hasta la misma calle.

Jamás tuve miedo. Recuerdo cuando en mis primeros años de haber llegado a Valencia ofrecí un espectáculo en el barrio de Ruzafa. La zona no era tan luminosa ni turística como ahora, sino más bien lúgubre y solitaria por las noches.

La necesidad me llevó a probar suerte y ofrecí un concierto en el subsuelo de una sala que se llenó de almas, en su gran mayoría marroquíes e inmigrantes.

Me planté sola con mi guitarra frente a auténticos desconocidos que, al terminar el concierto, se arrodillaban como símbolo de veneración. Jamás había tenido semejante experiencia.

Comprendí que mi cabeza no había dado lugar a temores ni a prejuicios y por ello, la recompensa fue mayor a lo previsto.

Lo mismo sucedió en el Hospital aquella mañana. Me animé sin ninguna experiencia en el terreno de la salud pero sabía que tenía que estar ahí. Me lo había propuesto, lo había pedido, lo quería hacer “salga lo que salga”. 

Recuerdo las miradas del personal sanitario, las reacciones de los pacientes, los aplausos. Me sentí como un recipiente de emociones. Me iba llenando de cada comentario alentador, de cada sonrisa, de cada lágrima.

“Nada es lo que parece”, lo supe siempre, lo entendí plenamente.

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