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Con las cartas jugadas - Gabriela Castillo

ANÉCDOTAS PARA CONTAR

Con todas las cartas jugadas

Desde que cumplí los 50 años me propuse ser feliz.

Sencillamente feliz. 

Este año de inflexión me hizo más consciente de mis decisiones asumiendo todas las consecuencias, que siempre las hay.

Las emociones nunca fallan la puntería y creo, por lo tanto, que es muy raro que no
sepamos si vamos por mal o por buen camino.

Existe algo muy sutil, como una voz interior, que nos indica si escogemos bien, si es
tiempo de cortar por lo sano o de ofrecer una nueva oportunidad.

El corazón lo sabe y el cuerpo lo grita.
Otra cosa es el autoengaño.

Nunca me eché atrás, no está en mi naturaleza.
No sé exactamente si aquello que me propongo vaya a conseguirlo pero siempre lo intento.
A todo le pongo ganas, ilusión,
compromiso, perseverancia… siempre.

Y en esta vida de aciertos y desaciertos el aprendizaje parece nunca acabar.
Por más que hallamos calculado el margen de error casi con exactitud, algo se nos escapa por la tangente.

Casi en la misma proporción celebramos logros y metas cumplidas pero también nos damos la cabeza contra la pared, en un mea culpa interminable.

Arriesgarse tiene un alto coste.
Barajar varias posibilidades es algo que ya dominamos
a esta altura de nuestras vidas pero la decisión es siempre de uno.

Nadie jamás está en los zapatos propios, ni siente, ni organiza, ni mide, ni percibe de la misma manera.

El dicho popular “siempre hay tiempo para arrepentirse” es el espejo desde donde
analizo cada uno de mis movimientos y me impulsa a dar el primer paso.

Y claro que me he arrepentido, y tanto!

Cuando esto pasa, cuando la flecha de la deslealtad o del fracaso me atraviesa de pie a cabeza y el ego me castiga recordándolo constantemente, es cuando decido escribir canciones y poemas.

Me digo a mí misma: fui valiente, corajuda, me la jugué y de mi tragedia me
reconvierto, me supero y regreso al ruedo para volver a empezar.

Así he podido desnudar la herida de un desamor o de una traición, expresar la paz y la armonía luego de un período de sanación, manifestar nuevos sueños y deseos.

No hay un solo verso de mis obras que no sea auténtico.

No me sale pensar, sentir ni escribir edulcorado o light. No sé lo que es eso.

El tiempo, que todo lo cura, convierte el dolor en un vago recuerdo, en una imagen que perdió el rostro, en un sentimiento que ya no afecta ni remueve.

Y todo queda para uno y se irá con uno. 

Me propuse “ser feliz” y la única manera que conozco es estar en la mayor y absoluta
paz con uno mismo, habiendo ganado algunas partidas y otras perdido pero con todas las cartas jugadas al final de la vida.

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