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EL ALEPH de Jorge Luis Borges
Un instante infinito en el corazón de Buenos Aires
En este último tiempo pensé mucho sobre la caducidad de mi existencia y en qué cosas podría arrepentirme de no haber hecho, ya sea por decisión o por haberlas dejado para después, esperando el mejor momento.
Pensé seriamente que no debería irme de este mundo sin haber leído las grandes obras clásicas de la literatura. En mis 55 años pasaron muchas cosas de manera vertiginosa, sin que pudiera encontrar los huecos para una lectura pausada, alejada de los apremios y las urgencias que caracterizaron mi día a día.
Decidí poner manos a la obra sin permitirme ninguna posibilidad de procrastinación. Pensando por dónde empezar, se me vino a la cabeza el nombre de Jorge Luis Borges.
Había leído algunos de sus poemas de forma esporádica, que siempre me parecieron brillantes, íntimos, cercanos, con destellos de realismo y fantasía. Poemas que destilaban aromas conocidos o viajaban por trayectos que pude haber recorrido yo misma.
Historias marginales, crudas, entreveradas de personajes luminosos y sombríos, moviéndose con la permisividad de la ficción tanto como en la realidad.
Sabía que sus cuentos no eran de lectura fácil ni de comprensión ligera.
Así que me aventuré a leer los 17 relatos de su obra El Aleph, editada en 1949: El inmortal, El muerto, Los teólogos, Historia del guerrero y de la cautiva, Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, Emma Zunz, La casa de Asterión, La otra muerte, Deutsches Requiem, La busca de Averroes, El Zahir, La escritura del dios, Abenjacán el Bojarí, Los dos reyes y los dos laberintos, La espera, El hombre en el umbral y El Aleph.
Debo reconocer que por momentos pensaba en salirme de esos párrafos, ya que mis ojos reclamaban una pausa, un descanso de tantos mundos alternativos, simbolismos y paradojas que van y vienen a través de los siglos, creando similitudes incomprensibles entre épocas y situaciones que convergen de alguna forma.
El avance de la lectura se me hacía cada vez más “una cuesta arriba”, pero algo me insistía en continuar y en no desfallecer, sintiendo que deshilvanaba una madeja que volvía a entrelazarse con otra.
Era casi un deber, pero un deber con gusto a satisfacción, pese a cierta confusión y desequilibrio personal.
Cuando logré comprender las conexiones entre lo real, lo mental y lo subjetivo, cuando por fin asimilé la lógica de Borges entre sus líneas, llegué a El Aleph: un cuento escrito en primera persona, donde el mismo autor descubre la visión del infinito en el sótano de una casa de Buenos Aires.
El cuento nos revela que Borges visita la casa de Beatriz Viterbo, un amor que nunca le correspondió, aún después de que ella había fallecido. Allí conoce a su primo, Carlos Argentino Daneri, un poeta de escasa monta intelectual —según Borges—, quien le confiesa haber hecho un hallazgo que le revelará una visión única e indescriptible del universo.
Una vez llegado al punto final del cuento, comprendí que el tiempo que tanto me preocupaba (hablando en pasado) era pura imaginería, ya que, según El Aleph, nada es lineal y todo es simultáneo. Una vez sumergida en esa totalidad atemporal, el vértigo de vivir se convierte en una ilusión innecesaria.
Entender la vida se vuelve algo cotidianamente simple e inabarcable, sin lenguaje ni construcciones mentales que puedan dar cuenta de nada. Solo ser.
Me encantó El Aleph.
Creo que este enorme esfuerzo, luego de tanto tiempo de postergada lectura, ha tenido una notable recompensa para mí. Haber leído una de las cumbres narrativas de Borges es como haber abierto una puerta de par en par, dejando entrar toda la luz y todo el aire de golpe.
Jorge Luis Borges – biografía
El Aleph – libro
El Aleph – audiolibro
