COSA DE PADRES E HIJOS
El eterno conflicto generacional
Los que nadamos en las aguas de los 50 años somos una generación bisagra entre aquella de nuestros padres, que vivieron gran parte en el siglo XX, y la de nuestros hijos que harán su mayor recorrido en el actual s. XXI.
Yo me casé con 22 años y fui madre de mi hijo Cristian con 26, retraso que se debió a mis estudios en la Universidad. A mis 30 años nació Mercedes.
Las generaciones nacidas en el último cuarto del siglo pasado, tuvimos que adaptarnos a los nuevos cambios tecnológicos, sociales, políticos y económicos. Un asunto nada fácil.
Distinto fue el caso de mi padre, Don Jorge, quien trabajó 35 años en la misma empresa eléctrica hasta jubilarse sin conocer otra cosa. Y como él, cientos de miles de trabajadores que vivieron en el Estado de Bienestar.
Nuestros padres siempre han querido que estudiáramos una profesión, tener un oficio o un negocio.
En mi casa, como en mi círculo de amigos, casi todos trabajábamos 8 o 9 horas y estudiábamos por la noche. La vida era una odisea. Recuerdo dormir en el colectivo (bus) aprovechando los trayectos de más de una hora hasta la Facultad.
Hoy nuestros hijos tienen otras inquietudes y expectativas, y lo que en otras épocas era indiscutible, hoy es cuestionable.
Antes se exigía estudiar una carrera que tuviera «salida laboral«, frase que ha caído en desuso por «estudia algo que te guste».
En el siglo pasado, era imposible que un abogado, un arquitecto o un ingeniero tuviera tantos escollos para insertarse laboralmente. Tener semejante título garantizaba un pasar económico sin sobresaltos. Hoy no es tan así.
Quienes siempre hicimos lo que nos gusta y amamos, muchas veces pendemos de un hilo. En mi caso, he tenido que complementar dos trabajos para ejercer mi profesión musical.
Aunque los “bisagra” aprendimos que nada es seguro y que la vida siempre nos sorprende para bien y para mal, nuestros hijos de veintipico nos empiezan a dar los mismos dolores de cabeza que nosotros a nuestros padres.
Muchos de mis queridos amigos viven amargados por no entenderse con sus hijos “mayores de edad”.
Escuché decir: “Todo lo que hice por él/ella, trabajando hasta los fines de semana para que tuvieran un mejor futuro que el mío. Invertí mi tiempo y mi energía para que llegasen más lejos y ahora me cambian la película, me cuelgan la carrera, me plantan a mitad de camino, encima no me cuentan nada, me ignoran, etc.”
Creo que la sociedad, en su conjunto, ha cambiado radicalmente.
El respeto a nuestros padres era un dogma incuestionable. Quien se atreviera a plantarles cara sería señalado como la oveja negra o el hijo pródigo de la familia, sufriendo el destierro y la vergüenza de todo el clan.
En este cambiante siglo XXI parece que todavía seguimos aprendiendo, sin ningún manual ni referencia anterior, a ser padres resilientes para las nuevas generaciones.
Tal vez, tengamos que cortar el cordón mucho antes de lo que pensábamos: antes de luchar y distanciarnos, antes de perdernos el respeto y la confianza, y antes de que sea demasiado tarde.