LOS FANÁTICOS AL RINCÓN

La especie humana ha logrado establecer importantes acuerdos a fin de que las sociedades funcionen con ciertas garantías.

Eso depende, claro, del lugar del mundo nos encontremos y de la complejidad o diversidad cultural que presente un país o región. 

No es lo mismo una sociedad bajo un sistema democrático que bajo un régimen dictatorial. Un país en condiciones de paz que otro en el asedio de guerras y guerrillas intestinas.

Una cuestión que siempre me planteo es por que aún no hemos logrado establecer un sistema de convivencia basado en la iniciativa individual y colectiva, en la cooperación, y en el progreso de todos sus componentes.

 ¿Por qué siempre hay dos o tres bandos enfrentados, divisiones y subdivisiones, decenas de desacuerdos, pujas, intereses, favoritismo, y hasta organizaciones criminales que se gestan en los despachos de los parlamentos?

Ya he hablado otras veces de guerras y conflictos mundiales que estallan en la agenda internacional de los medios y que al cabo de un tiempo, dejan de ser noticia para la inmensa mayoría del este planeta.

Sin embargo el culebrón local, que siempre destapa ollas, pone otra vez el foco en el escándalo de la escena política nacional (que también dejará de ser noticia cuando exista otro suceso que sea prioridad para el ojo informativo). 

Hagamos un inventario de todo aquello a lo que nos hemos acostumbrado a ver y escuchar sin que se nos mueva un pelo: corrupción política, despilfarro del gasto estatal, desempleo, precariedad del sistema jubilatorio, inflación, vaivenes de los mercados, economía sumergida, fraude fiscal, deficiencias en educación, salud y obras públicas, y un largo etc…

Parece mentira o casi una broma que los cambios que se suceden en un período de gobierno sean apenas un liviano maquillaje, mucha verborragia y medidas superfluas para apaciguar las tormentas en un corto plazo, mientras la oposición no ejerce más que la misma ambición de montarse en el poder en las siguientes elecciones. 

En el vaivén de estas aguas turbias la gente vive como puede, algunos mejor, otros peor y otros mucho peor.

La política tiene la sangre infectada, salvo raras excepciones, que poco hacen por el bien común, el progreso y el bienestar de sus ciudadanos, pero es incomprensible e injustificable que exista un sustrato social apoye a tal o cual candidato siendo obsecuente, ciego, sordo y mudo y hasta imbécil.

Es inadmisible que la fidelidad a una idea, a un líder, a una religión o a un equipo de futbol pueda aplastar los acuerdos mínimos de una convivencia basada en la honestidad y en la tolerancia.

Si nos ceñimos al significado del “fanatismo” segun la RAE se trata de apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas.

Parece que, en este complejo campo de las ideas, hemos desarrollado distintas formas de fanatismo, siempre influidas por factores culturales como la educación, el contexto familiar y social, la comunicación de masas y el liderazgo de grupos religiosos y políticos. 

En resumidas cuentas, el fanático se funde en un pensamiento de grupo y desarrolla un rasgo dogmático falaz, imposibilitado de razonar, de cuestionar y de aceptar algún análisis crítico a sus ideas.

Estos mismos fanáticos dividen aguas y trazan una grieta o un límite entre un “nosotros y los otros”, buenos o malos, patriotas o cipayos, abduciendo a todo aquel distraído u obtuso que no sabe donde poner el foco de sus desgracias.

Será verdad que tengamos que hacer algo para dar vuelta la tortilla. Como reza el proverbio chino “Antes de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu casa.”