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LA CIENCIA AL BORDE DE LA CORNISA POST GABRIELA CASTILLO

TARDE PARA ARREPENTIRSE

La ciencia al borde de la cornisa

Ante el éxito indiscutible de la película biográfica de Oppenheimer, estrenada en julio del 2023, cabe reflexionar sobre los principios éticos que rigen cualquier avance en investigaciones científicas. 

El fin de la Segunda Guerra Mundial fue firmada el 7 de mayo de 1945 pero terminó definitivamente el 2 de septiembre del mismo año, luego del lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Hiroshima el 6 de agosto y sobre Nagasaki el 9 de agosto. 

En la película premiadísima de Christopher Nolan, ya catalogada como un clásico del cine, observamos dos posturas muy diferenciadas sobre la creación de la bomba atómica. Dos hombres de ciencia fueron claves en este asunto, Oppenheimer por un lado y Albert Einstein por el otro.  

Según la biografía basada en American Prometheus, escrita en 2005 por Kai Bird y Martin J. Sherwin, en la que se sostiene la película, nos relata una escena fundamental del encuentro entre ambos físicos.  

Einstein revolucionó el mundo de la Física con su fórmula que establece que la energía (E) es igual a su masa (m) multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado (c²). 

Ese principio explica por qué solo unos cuantos kilos de uranio y plutonio que se utilizaron en las bombas atómicas, fueron suficientes para crear una explosión con una energía equivalente a más de 15.000 toneladas de TNT en el caso de Hiroshima, y de 21.000 toneladas de TNT en Nagasaki. 

Tanto Einstein como Oppenheimer fueron parte de este proceso armamentístico sin precedentes con mayor o menor implicación, uno por ser el padre de la teoría y otro por participar en su construcción y ejecución.  

Sin embargo, pese al éxito al que arribaron en términos objetivos, ambos vivieron un conflicto interno que llevaron a cuestas hasta las últimas horas de sus vidas.  

Einstein envió una carta al presidente Roosevelt en 1939, seis años antes de los bombardeos, en la que recomendaba mantener un contacto permanente entre el gobierno y los físicos que investigaban el tema nuclear en EE.UU., asegurar los suministros de uranio, destinar fondos para trabajos experimentales y buscar la cooperación de laboratorios industriales.  

“La carta de Einstein-Szilard al presidente Roosevelt cambió el curso de la historia al impulsar la participación del gobierno estadounidense en la investigación nuclear”, afirma el portal Atomic Heritage Foundation, una organización dedicada a preservar la memoria de asuntos nucleares. 

 “La carta condujo a la creación del Proyecto Manhattan”, dice la fundación, refiriéndose al proyecto secreto creado en 1941 con el que EE.UU. desarrolló su primera bomba atómica.  

Tras los bombardeos, Einstein mostró varias veces su arrepentimiento por haber enviado la carta.  

“Si hubiera sabido que ese miedo (a que Alemania fabricara la bomba) no estaba justificado… no habría participado en abrir esta caja de Pandora”. 

Oppenheimer fue uno de varios científicos designados a investigar el potencial de las armas nucleares y en septiembre de 1942 el proyecto Manhattan empezó a tomar forma.  

Con el fin de calmar sus dudas éticas y la de sus colegas, Oppenheimer afirmó que, como científicos, no eran responsables de las decisiones sobre cómo se debía usar el arma, solo la de hacer su trabajo. La sangre, si la hubiera, estaría en manos de los políticos.  

Después de la guerra, su actitud cambió rotundamente. Describió las armas nucleares como instrumentos «de agresión, de sorpresa y de terror» y la industria armamentística como «obra del diablo«.   

En una reunión en octubre de 1945, le dijo al presidente Harry Truman: «Siento que tengo sangre en las manos». El presidente comentó después: «Le dije que la sangre estaba en mis manos y que dejara que yo me preocupara por eso».  

En este caso como en otros tantos, el fin ha justificado los medios. Tras semejante hecho aberrante y evitable para la humanidad, no hubo otro de tal magnitud armamentística, aunque continuamos sufriendo guerras intestinas, de otro calibre, que generan cientos de miles de muertes inocentes y la destrucción del ecosistema en varias regiones del mundo.

Así seguimos, sin aprender.

 

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