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Post - COMPARACIONES ODIOSAS - Gabriela Castillo

COMPARACIONES ODIOSAS

La objetividad al garete y con razón.

Viajar, vacacionar o simplemente estar de paso en algún país o ciudad, nos ubica en el astringente lugar de la comparación.

Tarde o temprano nos tocará emitir un juicio de valor que a veces coincide con un gran número de personas o, por el contrario, terminamos siendo los únicos con un punto de vista distinto.

Cuando yo voy a ver un espectáculo no solo valoro la obra en sí sino también todo lo circundante: desde la organización del ingreso a la sala hasta el estado de limpieza de los baños.

Me pasa lo mismo con los aeropuertos.

En el caso de los aeródromos europeos, las instalaciones son impecables y sin preguntar demasiado, se llega a las puertas de embarque con facilidad gracias a una óptima señalización.

El único aeropuerto que no pertenece a la comunidad europea y que me sé de memoria, es el Aeropuerto internacional ministro Pistarini de Ezeiza (Argentina). 

En estos últimos años, se ha aggiornado bastante, aunque no goza del estatus de ninguno del primer mundo. Siempre está en remodelación, pero aun así no les llega ni a los talones.

Sin embargo, hay algo en que nuestro aeropuerto argentino gana por goleada (no sé por qué siempre caigo en la jerga futbolística) y es en la amabilidad de “todo” el personal, sin excepción.

Y quiero aclarar que soy sumamente crítica con todos nuestros errores, que nos han hecho caer en desgracia hasta el presente. Pese a ello, no dejo de reconocer el capital humano que se destaca por su empatía y solidaridad.

Llegar a Argentina es una aventura y nadie se va de este país sin llevarse alguna anécdota para reír o para llorar, o ambas (yo las cuento por decenas y en igual proporción).

Cuando estás viviendo más de una semana comienzas a amoldarte a todo: aprendes a circular en trasporte público con cierta destreza (todo un logro teniendo en cuenta que hay que subir dos escalones al colectivo), aprendes a salir ileso después de un tropiezo con las baldosas rotas o sueltas de las veredas.

Te haces experto en calcular el valor de las cosas al tipo de cambio pesos/dólar blue, saludas a todos los vecinos que no conoces, te encuentras con los amigos de la infancia, de la secundaria, de la facultad, de los trabajos, etc, etc…  pero nunca se vuelve a ser el mismo que llegó de Europa.

El muchacho de migraciones que pedía la documentación para ingresar al país estaba tomándose unos mates en su cabina acristalada. Me preguntó si hacía mucho tiempo que vivía en España y si volvía para visitar a mi familia.

Me pidió que mire a cámara para sacarme una foto digital y que pusiera el pulgar en un aparto luminoso para tomar mis huellas. Me deseó suerte y buena estadía mientras cebaba el siguiente mate.

Para salir del país, tuve que estar 3 horas antes en el aeropuerto de Ezeiza ya que Lufthansa me cambió el vuelo (por huelga en los aeropuertos alemanes), enviándome a Madrid y agregándome otra escala: Mallorca – Valencia. Y no solo eso, allí mismo me entero de que no me habían despachado la maleta a Valencia, sino que debía retirarla y cargarla ni bien pisara suelo español.

Así y todo, los empleados del aeropuerto argentino me atendieron con total amabilidad y sin ningún indicio de estar perdiendo el tiempo en explicarme la situación.

Una vez aterrizada en Madrid con la maleta de cabina, el bolso bandolera cargado de alfajores y la maleta de 23k tuve mis primeras decepciones con “algunos funcionarios” del aeropuerto: primeramente, con la chófer del bus que nos llevaba desde la terminal 1 a la 4, haciéndome un gesto desagradable de “suba, apúrese y no me pregunte” (mientras miraba su teléfono móvil con fijación), hasta un maleducado que me atropelló para subir al bus antes que yo.

Luego, como tenía que despachar la maleta otra vez gracias a las gentilezas de Lufthansa, el funcionario de los benditos controles de seguridad me habló de manera prepotente para decirme que “la tablet” tenía que estar en una bandeja “aparte” para ser escaneada.

Este personaje me puso en ridículo como si no entendiera cómo se hacen las cosas, cuando había colocado perfectamente los aparatos electrónicos en una misma bandeja, tal como se procede en todos los aeropuertos.

Además, hay carteles explicativos y en ninguno ni nadie nos advirtió que las tablets tenían un tratamiento distinto.

Gracias a que una empleada de seguridad vio mi cara de “comérmelo crudo” al sujeto, acudió a auxiliarme para agilizar el trámite y evitar que llegara la sangre al río.

Dos párrafos más arriba dije “algunos funcionarios” y esto hay que aclararlo porque también existen personas que reconocen a otros semejantes en problemas y tratan de ayudarlo.

Comparar es odioso y si bien, lo que tiene un país o un sitio no lo tiene el otro, sigo prefiriendo a las personas que hacen más de lo que se espera de ellas.

Nunca se vuelve a ser el mismo que llegó de Europa y es porque jamás se te olvida esa “mirada amiga” que te recibe y te despide de Argentina.

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