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HISTORIAS-FAMILIARES-PERDIDAS_gabriela_castillo

HISTORIAS FAMILIARES PERDIDAS

Los recuerdos en un puñado de fotos

Esta foto data de los años 40. Ellos son el clan Illobre, la familia materna de mi padre, todos argentinos descendientes de gallegos reunidos en la antigua casa de Lanús, provincia de Buenos Aires. 

Supongo que estarían celebrando el cumpleaños de mi tatarabuela, Doña Carmen, la viejecita sentada al centro de la enorme mesa junto con su prole, nueras, yernos y nietos. 

Por allí abajo distingo a mi papá de unos 6 años, a mi tía Elsa -su hermana mayor – y a mi tía Carmen, la menor. 

Veo a mi abuela Sara con su picardía tan característica y a otras tías y tíos con los que he compartido varias cenas y encuentros en las décadas siguientes.

Estas fotos y otras tantas, fueron devoradas por mi curiosidad siendo yo muy pequeña.  

Recuerdo haber desarmado los cajones de la habitación de mis padres y desparramar todas las fotos y las diapositivas sobre la cama. 

Desde aquel entonces, el “sepia” y el “blanco y negro” me trasladaban a otro universo

El grosor del papel y su textura granulada sin brillo sigue siendo tan fascinante para mí que cada vez que viajo a Argentina, no puedo evitar el zambullirme en aquella pila de imágenes. 

Tengo muy vagos recuerdos de las historias familiares, algunas anécdotas distorsionadas y otras que se perdieron en el «cajón de los olvidos» de mi truncada memoria.

No dejo de arrepentirme por no escribir los relatos de mis padres en su momento, o al menos de haber tomado algunos apuntes. Lo lamento en el alma, de verdad. 

Papá ya no está y no tengo a nadie a quien preguntarle, salvo un par de primas suyas, algunas bastante menores que tampoco tendrán la información desde su perspectiva.

Así funciona esto: vamos pasando página en cada etapa, dejando que lo urgente nos arrebate los momentos a los que jamás dedicaremos el tiempo necesario. 

Antes de la pandemia, recibí una sorpresa increíble.  

Un pariente asturiano de segundo apellido Illobre (un caballero de 80 años aproximadamente, estudioso e interesado por nuestro pasado) consiguió armar el árbol genealógico de la familia desde el 1700, y se puso en contacto con todos los descendientes para enviarnos un archivo de Excel con la valiosísima información. 

No podía creer que existiera alguna posibilidad de conocer a mis parientes y menos de tener acceso a esa fuente

Fue impactante descubrir que somos una constelación donde cada estrella está conectada con las otras, sin importar la distancia que las separe. 

En mi reciente viaje a Argentina, volví a reencontrarme con aquella caja mágica de fotos

Sé que el valor que yo le adjudico no será el mismo que el de mis hermanas y mis primos. Cada uno conecta las estrellas de este enorme mapa cósmico adjudicándole un simbolismo propio, personal. 

Nuevamente el tacto con ese papel acartonado, me hizo disfrutar como cuando era niña

De inmediato caí en la cuenta de que nuestros hijos no seguirán las pistas de sus ancestros y asumí con dolor de que todo morirá con nosotros. 

La última vez que yo entré a una tienda de revelado fue en 2008 aproximadamente, cuando todavía no se había hecho tan popular el uso de las cámaras de los teléfonos móviles ni tampoco la exposición de nuestras vidas en las redes sociales

Hoy, el exceso de información es abrumador. Nuestros sucesores no tendrán la suerte de abrir una caja con fotos en blanco y negro, sino que tendrán que rastrear su pasado en infinitas carpetas guardadas en Cds y Discos Duros. 

Sigo intentando recordar dónde me perdí cuando papá se sentaba a contarme las anécdotas del Clan

Tal vez en sueños o en un instante de iluminación pueda hilvanar las historias que se quedaron a mitad de camino, por ganarnos “la urgencia y el dejar para después”

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