LA VIDA EN TECNICOLOR
Medio siglo y lo que nos falta
Si nos remontamos 50 años atrás, las imágenes de la vida nos llegan en tonos de papel descoloridos y en señales de televisores en blanco y negro -para los que nacimos en los 70-, aunque ya para los 80 devenía una nueva era tecnológica de colores encerrados en una caja de 21 pulgadas.
La música también pasó por diferentes etapas y formatos y todo parecía ir a un ritmo mucho menos acelerado y más asimilable, como la vida de aquellos tiempos.
De niños teníamos una oferta de programas televisivos que incluía actores, cantantes, muñecos o títeres, juegos, canciones para aprender las tablas de multiplicar, competiciones, consejos de como cepillarse los dientes, etc.
Todos recordamos aquellos programas que nos entretenían a la vuelta del cole, mientras merendábamos un tazón de leche con chocolate, galletitas o media flauta de pan con manteca.
Las películas de cine para niños eran las clásicas de Disney con una amplia gama de princesas y brujas malvadas, perros dálmatas y algunos filmes de acción catalogados para «toda la familia«.
Digamos que abuelos, padres y niños podían compartir el mismo sofá frente a la pantalla, sin mayor conflicto que ir a cambiar de canal, haciendo girar la perilla o tocando unos cuantos botones.
Cinco décadas después, el panorama es muy distinto.
Intento con todo mi empeño y voluntad comprender el diseño de sociedad global en la que vivimos.
Hoy encendemos la televisión y al minuto nos bombardean con información y desinformación sincronizada, como si todos los multimedia se pusieran de acuerdo para amargarnos la existencia.
Y cuando los noticieros o telediarios nos abruman demasiado, podemos optar por una vasta oferta de entretenimiento segmentado en series y películas en plataformas de pago, que consiguen engancharnos en capítulos y temporadas interminables.
El tema daría para un largo análisis pero voy a centrarme en la música. Soy profesora de guitarra desde hace varios años, actividad que ejercí en Argentina y también en España.
Cada época tiene sus referentes musicales y obviamente esto ha incidido en el imaginario social a través de canciones, poesías, estilos y nuevas performances.
Puedo afirmar que siempre existieron artistas y bandas que fueron hitos de la música y fuente de inspiración.
Muy contrario a lo que escucho y veo en este presente continuo, homogéneo y falto de creatividad.
Siento ese «contrapelo» de proponerles a mis alumnos escuchar otras vertientes, y la preferencia actual por las canciones pop de cuatro acordes, o en el peor de los casos los «reguetones».
Lamentablemente el ser humano se acostumbra a todo y creo que, el diseño de una sociedad a la que hay que entretener a cualquier precio y no permitirle ningún margen de aburrimiento, es una tendencia ya instalada en la cabeza de todos.
No me gusta ser apocalíptica por dos cuestiones, primero porque es aburridísimo e impopular y segundo, porque genera un desgaste de energía que no estoy dispuesta a perder.
Además, por más que se despotrique a los cuatro vientos, la realidad ha demostrado que solo cambia de forma pero no de fondo, tristemente.
Me encantaría que la niñez disfrute de su crecimiento sin anticipar etapas.
Me encantaría que los padres demanden contenidos y propuestas educativas coherentes.
Me encantaría que un regalo de cumpleaños sea un libro o un juguete y no un teléfono móvil.
Me encantaría que la política no mire para otro lado, como hace siempre, y se enfoque en temas que importan, como la salud mental de las personas.
Me encantaría que la música no se malogre y que proponga algo nuevo frente a esta tendencia de involución musical.
En fin… observo el mundo que hemos creado, escucho a niños y jóvenes, también a mis amigos y colegas, y me pregunto si no era mejor estar sentados viendo un programa en blanco y negro o en tecnicolor, a la vuelta del cole.