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GABRIELA CASTILLO-PELÍCULAS DE ALTO VUELO

PELÍCULAS DE ALTO VUELO

Cuando nos vemos en la misma pantalla

Para quienes vivimos a más de 12 horas de vuelo de nuestro país, viajar no es cosa sencilla. 

Casi como un milagro, consigo siempre vuelos baratos, con una sola escala y hasta con asiento en el pasillo.

Para ello, realizo una especie de “encomendación” al Universo con la certeza de que encontraré la oferta perfecta, y de verdad, me funciona siempre.

En mi reciente vuelo a Argentina, a causa de la enfermedad de mi papá, encontré un billete de avión por €800 de un día para el otro.

Le dije a mi hija: visualicemos un vuelo de menos de €1000 y ella me previno de que era “imposible” porque había averiguado y estaban a casi el doble. A los pocos minutos, encontró la oferta con una sola escala a Frankfurt. Claro que había que sumar la maleta de la bodega y, en total, el billete sumaba €950. Sin embargo, seguía siendo tal como yo lo había decretado, a menos de mil.

En estos viajes extensísimos y agotadores, hacer que pasen las horas es crucial.

Lamentablemente, no tenemos acceso a los datos de los teléfonos, aunque sí al servicio de WIFI de la compañía aérea, pero a precios desorbitados.

Aceptando que estaremos incomunicados, tenemos varias alternativas para que ese tiempo no se haga de chicle y que nuestro cuerpo no lleve tan mal la incomodidad y el agobio de la estrechez.

Entre las opciones, no excluyentes, podemos dormir, leer, escuchar música o ver películas.

Habiendo despegado, enciendo la pantalla del respaldo del asiento de adelante y comienzo mi concienzuda selección de películas, decantándome por los dramas, las comedias y los documentales y en último lugar por los thrillers. 

Como mucho, puedo ver dos películas con cierta atención hasta que empiezo a “cabecear” y me voy durmiendo, a duras penas.

Entre la variada oferta encontré EL MILAGRO DEL PADRE STU con un reparto desconocido para mí -que de cinéfila tengo muy poco- salvo por Mel Gibson, al que descubrí en una película memorable mientras estudiaba la carrera de Comunicación: “El año que vivimos peligrosamente”.

Debo decir que todo lo relacionado con lo espiritual me atrae más que el resto, aunque no tanto respecto a la religión, pero esta película tenía un poco de ambos. 

El personaje de Stuart Long interpretado por Mark Wahlberg era realmente un caso perdido. Tenia eso de “hombre/niño” incorregible.

Sus padres estaban hartos de sus metidas de pata. Esta alma descarriada se dedicaba al boxeo con algunos pocos éxitos y varios knockout hasta que un accidente de moto lo deja fuera del circuito y se muda a Los Angeles para ser actor. 

Aunque parezca una novela sin más, es una historia real. Pero la trama, como la vida misma, da un vuelco inesperado que no voy a espoilear porque la película es demasiado recomendable, aunque no me faltan ganas de contar el final.

Solo voy a decir que el boxeador termina siendo un sacerdote católico. Hasta ahí, porque la historia sigue.

En el medio aparecen los típicos personajes que alguna vez me he cruzado en situaciones muy distintas, con otros nombres y con otros rostros. 

Y es lo mágico de rescatar historias maravillosas de los antros, de descubrir la belleza en las almas de las ovejas negras, o de recuperar al hijo pródigo desnudo y hambriento que decide regresar a casa.

Pienso en todas las veces que tiramos la toalla por nosotros o por los otros, creyendo con una fe ciega, que ya no hay nada qué hacer.

Como un dictamen inapelable, decidimos que una puerta jamás podrá abrirse, o que un sueño es absolutamente incumplible, o que un resarcimiento jamás exculpará el daño ya hecho.

Pienso en el Padre Stu y en todos los que, fracasando en la primera y en la segunda oportunidad, buscan la tercera o la cuarta o las que hagan falta, aceptando lo que haya que aceptar.

No te la pierdas… es una película que me hizo el vuelo bastante más llevadero de lo que realmente esperaba.

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