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A 5 AÑOS DE LA PANDEMIA
Algo habremos aprendido
Increíblemente en este mes de marzo se cumplen 5 años del inicio de la Pandemia de Covid19.
En diciembre de 2019 se registraban los primeros casos en Wuhan, China aunque la Pandemia fue declarada oficialmente el 11 de marzo de 2020 según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Escuché a una científica afirmar que el ser humano recuerda mejor y al detalle aquellos eventos cruciales de su vida o ante una noticia de gran impacto, que recordar lo que hicimos un día cualquiera hace un mes atrás.
Este fenómeno tiene su explicación en nuestra biología y psicología, siendo una herramienta importante para la supervivencia y el aprendizaje. Por ello las emociones cumplen un rol fundamental. Cuanto más intensa es la emoción, más fácil es que ese evento quede grabado en la memoria.
Aplicándome el cuento, recuerdo perfectamente qué estaba haciendo el 11-S y cómo las imágenes de las Torres Gemelas detuvieron la vida de todo el mundo frente a las pantallas del televisor, al igual que a mi con mi hija en brazos.
En marzo de 2020 las noticias sobre la propagación del COVID-19 a nivel planetario iban acelerándose con una rapidez y gravedad sin precedentes.
Madrid fue el epicentro de los casos de COVID-19 en España mientras que en el resto del país se registraban brotes en constante aumento.
Mientras el sistema de salud comenzaba a colapsarse, se declaraba un confinamiento a escala jamás conocida. Todos los países cerraron sus fronteras, limitando los intercambios internacionales al mínimo, y suspendiendo actividades sociales, educativas y económicas.
Nuestra vida cambió definitivamente y aunque pareciera que lo hemos superado y casi olvidado, aún persisten secuelas.
El uso de plataformas digitales, del teletrabajo y de las actividades de ocio en línea encontraron el momento perfecto para desarrollarse e imponerse en el nuevo escenario mundial.
Las consecuencias a nivel de la salud persistieron en lo que ese llamó “COVID prolongado”, es decir los efectos posteriores a la enfermedad como la fatiga extrema, la dificultad para respirar, el dolor en las articulaciones, problemas cognitivos (como la niebla mental) y trastornos del sueño.
También, el impacto de la Pandemia en la salud mental, que todavía afecta a las personas que padecieron la enfermedad, estando internados en absoluto aislamiento, o bien de aquellos que perdieron a sus familiares, en el hermetismo y la desinformación del momento.
En este sentido y con mayor gravedad. el aislamiento social afectó especialmente a los colectivos más vulnerables: enfermos crónicos, personas mayores, niños y discapacitados.
La educación enfrentó enormes dificultades para adaptarse a la enseñanza online. Profesores, padres y alumnos debieron improvisar sobre la marcha el uso de las plataformas digitales para darle continuidad al ciclo lectivo, mientras que por otra parte, se hizo indispensable gestionar la ansiedad de niños y adolescentes confinados las 24 horas, durante meses.
La administración política de la Pandemia ha dejado al descubierto la incompetencia de las Instituciones para enfrentar una catástrofe de estas magnitudes.
La manipulación de la información, la desigualdad en el acceso a la salud, los mensajes contradictorios sobre las víctimas, el tratamiento de los residentes geriátricos, el uso de las vacunas, mascarillas y los negocios orquestados sobre la urgencia y la desesperación, convirtieron aquel fatídico 2020 en uno de los momentos históricos más relevantes de la humanidad.
El ser humano ha demostrado lo mejor y lo peor de si mismo, y entre los hechos más desopilantes y hasta vergonzantes ha sido la compra compulsiva de papel higiénico, dejando las góndolas de los supermercados vacías.
Según estudios sociológicos, tal comportamiento de manada desveló nuestra vulnerabilidad psicológica colectiva ante la amenaza de escasez, siendo que abastecerse de este producto en nada podía significar poner al resguardo la seguridad de las personas.
¿Seremos la especie más estúpida sobre la tierra? en este sentido parece que sí.
Desde la perspectiva actual podemos rescatar varios aspectos positivos, que efectivamente nos han hecho evolucionar para bien, con todas las consecuencias.
Primeramente, el cese de las actividades demostró que se puede mejorar la calidad del aire y las condiciones de nuestro medioambiente. Y esto ha sido constatado a nivel mundial, gracias al cese de nuestro frenetismo industrial y consumismo sin límite.
Hemos escuchado y visto pájaros, y hasta animales autóctonos pasearse por nuestras calles como nunca antes.
También hay que rescatar la solidaridad de muchas personas que, tanto individual como colectivamente, se organizaron en grupos sociales para apoyar psicológicamente a los más afectados. De esta manera se han creado y fortalecido redes comunitarias indispensables para paliar las enormes consecuencias de la Pandemia.
Se visibilizó por primera vez la importancia de la salud mental y del bienestar emocional, destrabando viejos tabúes, prejuicios y estigmatizaciones de una realidad en ese momento generalizada.
Nuevas metodologías de enseñanza se consolidaron con el uso de herramientas digitales interactivas, y el teletrabajo ha permitido una mejor conciliación entre la vida personal y profesional.
Si hay algo que debiéramos recordar por siempre y de forma indeleble, es el papel que jugaron miles de personas por salvar la vida de otros semejantes: personal sanitario en todas sus categorías, investigadores y científicos, personal de logística y distribución, personal en supermercados y tiendas de alimentos, fuerzas de seguridad y emergencia, docentes, desarrolladores de software, trabajadores de la construcción y de servicios básicos.
A todos ellos, GRACIAS INFINITAS por darle sentido y valor a nuestra humanidad, cuando todo parecía estar perdido.